Presentacion Desde la cima bifronte

En uno de sus primeros pensamientos contradice a Heidegger: el hombre no es un ser “para” la muerte, es un ser “por” la muerte. La muerte nos hace humanos. Si no, seríamos dioses.
Pese a la aparente contundencia de su reflexión, la autora acepta estar en una cima bifronte, tejado a dos aguas, nos dice para facilitarnos la imagen. Curiosamente parece volver a la reflexión heideggariana cuando señala: una vertiente nos conduce al caos; la otra, a la brega vital, la que nos hace humanos.
Pero sí, está clara, en sus aforismos, la vertiente elegida. Y lo está en su vida, en sus flores o su floresta de vida, porque la autora, es un ejemplo consumado de “brega vital”. La vida es un campo de batalla, dirá.
Y de esa “brega vital” –que no ha tenido dos frentes, sino muchos, por los cuales ha resbalado con pasión—, la autora ha extraído sus momentos felices y los no tan felices, sus luchas, podríamos decir sus éxitos y sus fracasos, para entendernos someramente, porque en la vida, en la vida más o menos verdadera que como humanos podemos alcanzar, a veces ambos conceptos, o diríamos más bien apreciaciones, se confunden, se fusionan, se solapan, se interfieren, y a la postre no podemos saber si el éxito fue un fracaso, o el fracaso, un éxito.
Así de relativas son las cosas.
Porque hay muchas formas de calibrar lo que, a la postre, más nos ha beneficiado como seres humanos. Que hay éxitos que nos llevan a la inanidad y fracasos que nos conducen a nuevas luchas. Y la vida es, sobre todo, lucha.
Y como dirá la autora, “fracasar es privilegio del audaz”. El que no es audaz no fracasa, pero tampoco vive. Ella ha sido audaz y ha vivido.
Y vuelvo al retrato de la autora: al rostro y el espíritu de una luchadora. No contra toda esperanza, aunque la vida a veces sea un infierno; ni contra todo desmayo, que la vida tampoco es siempre paraíso, tal vez sí edén perdido.
Ese edén que buscamos, unos a ciegas, otros con más luminarias, en el curso de nuestra “brega vital”, en la cima, o escenario, no solo bifronte, sino de vertientes varias, de pendientes siempre arriesgadas, porque de la elección de una u otra depende la vida entera.
La autora tipifica los pensamientos en invertebrados, necios, asesinos. La entomología del pensamiento es infinita, pero en su reduccionismo la autora demuestra su capacidad de síntesis.
De todos ellos hay ejemplos en este libro, porque el “saltimbanqui” de nuestra condición mental -eso de “saltimbanqui” es cosa de la autora— no nos libra del pensamiento de clase alguna, pero yo diría que su audacia ronda peligrosamente el “asesino”, el que puede matar por el hecho de forjarse en nuestra mente.
Los ronda pero no cae en ellos, porque su irremisible obstinación por saber, por entender, por comprender, le lleva al borde mismo, para apurar ese conocimiento de la vida. Es el camino de la sapiencia, que se despliega igual que un abanico, dirá la autora. “Y ojalá no me canse de peregrinar en pos de la sapiencia”.
Ese despliegue sapiencial está hecho de realidades cotidianas, las referencias son muchas en el texto, pero también de una percepción que va más allá del mero acontecer prosaico. Si no levantamos los pies del suelo, solo suelo pisaremos.
Pero es tal vez el miedo el que nos atenaza al asfalto, más que la gravedad física planetaria. Y se hace preciso volar, no como las águilas (a las que la autora se refiere en uno de sus aforismos) sino como humanos, en nuestro vuelo posible y deseable, soñador al fin.
Porque la vida está cruzada de misterios, de enigmas y de otras desazones íntimas que reclaman nuestras preguntas, las que más nos interrogan a nosotros mismos, a nuestra esencialidad última.
Y aquí la autora se interroga, nos interroga, y cuando sabe o intuye una respuesta la da, la ofrece. Porque es audaz, porque no tiene miedo, porque se arriesga.
Y tal vez este sea el mensaje, la propuesta, la invitación que este libro ofrece, que nos regala la autora: no hay que tener miedo a pensar, con ese pensamiento libre que nos ha hecho lo que somos, sea lo que sea lo que somos, aunque en su rizo final, como un guiño irónico a nuestras limitaciones (y tras una apelación sentimental a la pérdida de su querida perrita), se permita el lujo de decimos que “para saber cómo es en verdad alguien sería pertinente conocer qué opina su mascota”.
Qué espíritu tan libre es esta Encamación Ferré, tan única.
(Y mi felicitación al editor Javier Cinca, tan audaz como Encarnación, y capaz de denominar a su editorial Sindicato de Trabajos Imaginarios. Pues que siga viviendo la imaginación).
Juan Domínguez Lasierra

Junio de 2017.