La última tarde de Virginia Woolf. Juan Domínguez Lasierra

Presentación del estreno de “La última tarde de Virginia Woolf”, obra original de Encarnación Ferré, inspirada en textos de Ana María Navales.
(Dicho estreno tuvo lugar en la Biblioteca de Aragón, el 4 de diciembre de 2017).

VIRGINIA, ANA MARÍA, ENCARNACIÓN, TRES FAROS LITERARIOS

Me piden que les hable de Ana María Navales y su fascinación por la figura de Virginia Woolf. No sabría decirles el momento exacto en el que se produjo tal flechazo, ni si hubo un hecho concreto al que remitir el inicio del interés de Ana María por la figura de la escritora inglesa. Sí les puedo hablar en qué caldo de cultivo surgió esa casi identificación entre Ana María y Virginia de la que surgieron tantas páginas de nuestra escritora.
Surgió en las reuniones –en este caso estaríamos autorizados a hablar de “parties”–, que el profesor Cándido Pérez Gállego, catedrático entonces de Literatura Inglesa y Norteamericana de la Universidad de Zaragoza, organizaba en su casa de Doctor Cerrada, muy cerquita de aquí, frente por frente al tanatorio de la antigua Facultad de Medicina, y por cierto ya sustituida por un moderno edificio.
Era una casa unifamiliar, de varios pisos, y en el que habitaba nuestro añorado Cándido, todo él invadido de libros, de vez en cuando nos invitaba a congregarnos para hablar, claro, está de literatura. Porque Cándido era, en el mejor de los sentidos, un animal literario, casi podríamos decir que en él no existía vida fuera de la literatura. Entre copas de vino, y algún tentempié austero, allí se hablaba de autores y de libros, pero especialmente de autores y libros en lengua inglesa.
Además del anfitrión, eran asiduos otros lletraferits como Joaquín Aranda, José María Bardavío, Luisa Capecci –entonces profesora de italiano en la Universidad–, su marido, el también profesor Antonio Dueñas, los Duplá, Almárcegui, Manuel Pérez Lizano, Carmen Escartín, José Luis Lamolda, Jesús Pérez Tierra, Rafael Fernández Ordóñez, César Pérez Gracia o la propia Luisa Gavasa, hoy reconocida actriz de teatro, cine y televisión y entonces estudiante de Filología Inglesa, alumna del profesor Pérez Gállego, en nuestra Facultad de Letras.
No faltaban, esporádicamente, profesores y escritores de fuera que, en sus visitas a Zaragoza, coincidían con esos encuentros y era invitados por Cándido. Recuerdo por ejemplo al escritor y profesor soriano Manuel Villar Raso, que acababa de publicar su novela sobre “La Pastora, el maqui hermafrodita”, con cuya historia, muchos años después, la escritora Alicia Giménez Bartlett conseguiría el premio Nadal 2011, sin que nadie apreciara que aquella historia, que se presentaba como novedosa, había sido narrada, y estupendamente, muchos años antes.
En esos “parties” se hablaba sobre todo de Shakespeare y de Joyce, dos temas favoritos de Cándido, pero también de Virginia y de su círculo de amistades, el grupo Bloomsbury.
Creo que fue allí, en esos encuentros, donde Ana María entró en una sintonía profunda con la escritora inglesa, a la que de modo creciente, y hasta diría que absorbente, convirtió en una referencia abrumadora. Leyó todas sus obras, todos los estudios que sobre ella y lo suyos se publicaban, viajó –yo mismo participé en esos viajes, como consorte y fotógrafo– a todos los rincones de Inglaterra recorridos por Virginia, de los más cercanos a Londres hasta a los más alejados, como Cromwell, e incluso a algunos de Francia, como Cassis, y escribió páginas, muchas páginas –relatos, novelas, estudios– que recreaban no solo la personalidad de la autora de “El faro”, sino de todos los personajes que la rodearon, desde Katherine Mansfield a Leonardo Woolf, su marido, desde Vanessa Bell, su hermana, a pintores como Roger Fray o el economista Keynes.
Quienes hayan leído a Ana María lo saben: este mundo bloomsburiano está en las páginas de “Cuentos de Bloomsbury” o de su novela póstuma “La última pasión”, en un relato de “Tres mujeres” o en muchos de sus artículos y ensayos.
Sobre este mundo virginiano, que Ana María hizo suyo, convirtiendo a Virginia en casi su alma gemela, Encarnación Ferré, nuestra extraordinaria escritora –que muchos, todavía, aquí, tienen aún que descubrir, que así son las cosas en una tierra que se entusiasma con cualquiera que viene de fuera, y niega el mínimo reconocimiento a valores muy superiores propios–, sí, Encarnación Ferré, partiendo de una ilusión mía, ver escenificada la novela epistolar póstuma “La última pasión”, tomó la iniciativa de llevar el mundo virginiano a la escena, más allá de esta novela, en su conjunto narrativo y con su larga experiencia en el terreno de las adaptaciones teatrales, y su probada capacidad para poner en pie textos dramáticos, ha elaborado un texto magistral donde todos los elementos que configuran la personalidad de Virginia, tal como los vio Ana María en su varia narrativa blomsburiana, están presentes de modo admirable. Junto a Virginia, está Leonardo, está Vanessa, está la criada, y otros personajes que verán desfilar, fantasmalmente, en el salón de la mansión de los Woolf, Monk`s House, tantas veces visitada por Ana María y por mí mismo.
Era una hazaña transmitir ese mundo, esa atmósfera, y Encarnación la ha realizado. Así que disfruten de esta pieza dramática que reúne a tres mujeres que son otros tantos faros literarios, Virginia, Ana María y Encarnación.

Juan Domínguez Lasierra
Escritor y periodista