Hijos de la Arena

Hijos de la Arena. Editado en la Colección Poemas (nº 35). Zaragoza, 1979).

 

Hay seres humanos a los cuales puede aplicarse aquello de que <lo que más sorpresa les causa es que el mal exista>. La autora de este libro pertenece a esa clase especial, y no por tratarse -que no es ese el caso- de alguien totalmente límbico o sumido en raros paraísos mentales, sino porque es persona idealista, tendente a los romanticismos y a las ensoñaciones, algunas de ellas un tanto increíbles en este fin de siglo tan dado a realismos nada emparentados con el más leve escarceo soñador, sobre todo si éste es limpio.

Encarnación Ferré es, además de soñante apasionada, vitalísima criatura de este mundo cercado por la feroz pugna diaria y como tal se desparrama en infinidad de direcciones construyentes. Así, la vemos andar sin descanso por terrenos literarios nada asociados entre sí –novela, poesía-, por el estudio –ahora cursa Filosofía y Letras- por la convivencia educativa que con sus hijas mantiene… Escribe, lee, entra, sale, charla, se reúne. Y todo ello lo va dirigiendo en torno a la íntima necesidad de manifestarse siempre activa, latidora, con esa intensidad inconfundible que tienen aquellos nacidos que no se notan satisfechos con una lenta progresión como de gota que cae en demorado vertimiento, sino que sienten la precisión o la urgencia de ir caudalosamente a todo, si oportunidad hay para eso, nunca deteniéndose. Esta persona, laboriosa en lo suyo, revuela algo más allá de la tranquilidad, se afana y jamás se satisface. Pertenece pues a los en cierto modo destinados a ir de camino sin adquirir esas a manera de llegadas a una cima de etapa, buena condición para quien es joven -lo es Encarnación Ferré con sus poco más de treinta años y las ilusiones no del todo gastadas o desentusiasmadas- y mira delante la todavía oscilante luz y el largo derrotero, casi aún inaugurándose a pesar de haber obtenido algunos logros nada desdeñables.

Si queremos buscarle a esta inquieta personalidad una inmediata explicación no rebuscada, habrá que recalcar que Encarnación es notoriamente femenina en cada cosa que de su mano se desprende. Lo femenino es más dar que pedir, es entregarse. Y en ese sentido observamos una constante entrega de la Ferré, autora, madre, ansiante de dádiva, encendida en un amor hacia el todo-amor. Por eso, cuando escribe en verso, esta criatura reincide en el <negociado> netamente femenino, el tan conexionado con la mujer, es decir, aquel que discurre por la amplia vía de lo amoroso deseado o lo amante-insaciándose, por lo que bien puede llamarse oficio de poetisa, y no de poeta, el que ejerce cuando se instala en el poema y sobreabundantemente toca la cuerda Amor en infinitas direcciones. <La poesía -observa Bacon- puede ofrecer cierta satisfacción al espíritu humano en aquellos puntos donde se la niega la naturaleza de las cosas>. Encarnación se agarra a la poesía intentando satisfacciones no del todo halladas junto a la cotidianeidad -que nos recorta en miles de desplazamientos involuntarios-, se aferra a ella con insistencia, y puede que siempre tratará de encontrar ahí muchos de los puertos que sus intensas llamadas al sentir impetuoso acaso no acabaron ni acabarán de otorgarle, como es corriente en lo que líricamente pide demasiadas alas a su ensancharse, con las que quiere rodear, o aun domeñar, al mundo, un mundo suyo individualizado.

No entiendo que en la presentación de un libro necesariamente haya que analizar éste con una mirada de fría crítica. Yo ando aquí, en el preludio del presente libro, con amigable presencia, más acompañadora que juzgadora hasta el límite. Con rigurosidad, habría de ponerme un poco impertinente, como lo es el que está asestando la lupa por todos los rincones y sacando a relucir fallos o notorias influencias. ¡Lejos de la intención mía tal fiscalización antipática! Sólo he de remarcar que Encarnación Ferré escribe sus poemas como quien respira y la vez que suspira. Como quien ama al mismo tiempo que se mira el mucho amor que le sería muy preciso; y no es esto porque no lo posea muy cercano y evidente, sino porque los sonadores del claro <sonar> de esta mujer, insisten de continuo en buscarse un siempre sonar más alto en la consistente esperanza amatoria. No disimulan su amar al amor, y un amor concretizado, generalmente, no les muestra todo lo que soñando amor, en forma de relámpago alguna vez se les aproxima y relativamente llega a su corazón de gran cabida, al menos imaginaria.

Encarnación Ferré -ya lo he dicho- rebosa vitalismo y estoy seguro de que comprende que no todo lo que precisamos -ni mucho menos- adviene a formar parte de nuestra órbita anhelante, por lo que a sí misma <se> escribe, <se> repite su necesidad esta o aquella, y no encuentra, por supuesto, ni aproximación al cúmulo de lo añorado. Normal embate, pugna que se añade a otra inacabables pugnas para domar el crecido acontecer que se nos desmanda innúmeras veces.

Entre lo tercamente ilusionado y lo desilusionado habitual, discurre este poemario sencillo a la vez que ardientemente <vivido> -por la realidad o por la fantasía-, y como pinceladas de un cromatismo tierno y vibratorio que nos llena del latir de una mujer sensible, atractiva y -estoy cierto de ello- fundamentalmente buena. Leámosla con agrado y sin darle importancia a cualquier titubeo o vulnerable paraje en que Encarnación tropiece un poco, pues eso es cosa de oficio aún algo inexperto; lo bueno viene de su alma-amor, y tal alcancía nunca le fallará: entiendo que se halla rebosante, lo cual resulta muy sugestivo, muy espiritualmente gratificador.

 

Manuel Pinillos

Poeta