El 1 de septiembre de 2003, un profesor de Historia, a quien el tiempo y el destino, las ilusiones y deseos frustrados, la búsqueda de su propia identidad y el desencanto, la experiencia…, la vida, en definitiva, han convertido en un ser humano escéptico, inicia su curso escolar, uno más en su larga trayectoria profesional. Desde ese día, sin fallar ni uno solo hasta el final de curso, escribe en su dietario. Desgrana en él sus vivencias. Y lo hace porque ello supone para él un sucedáneo de esa libertad que siempre se anhela, una vía de comprensión y un bálsamo vital.
Este profesor es alguien sin nombre, alguien a cuya intimidad se asoma el lector, y que medita acerca de su vida en plena madurez. Una vida que siente lastrada y una vida que percibe también lastrada en los otros. Espera. Recuerda. Se pregunta. Se serena. Se inquieta. Se duele. Ama. Se cauteriza. Descubre. Se entristece. Flaquea. Se protege. Anhela. Comenta. Se armoniza. Lamenta. Se deja vencer…
El texto discurre por un tiempo marcado por el propio dietario. Las hojas del calendario van cayendo. El tiempo, más que discurrir le pesa. Como le pesa también un tiempo ya vivido que acude a su presente como factor determinante. Es su existir dilatado lo que ha configurado ese escepticismo que le invade. Su pasado, su infancia, a la que está inexorablemente vinculado. Y se halla instalado en un tiempo presente al que ha llegado erosionado por su propia existencia.
Leves pinceladas argumentales repartidas a lo largo de la obra permiten al lector percibir la existencia de un conflicto personal que afecta a las relaciones familiares, más concretamente a las establecidas entre su madre, su hermano y él. Pero es imposible adivinar dicho conflicto, pues cualquier comentario al respecto es sutil y aparece sin un ritmo narrativo determinado. Sutileza propia de quien conoce su propio problema y habla de él, pero únicamente para sí mismo. Esta presencia va despertando paulatinamente el nivel de intriga. ¿Qué hecho puntual le ha afectado de tal modo? ¿Por qué junto a la mostración de afectos se aprecia el desencanto? ¿Qué hecho doloroso, incluso a nivel físico, se esconde tras sus comentarios? Será al final cuando las piezas encajen; cuando se revele –también de forma escéptica- la incógnita y, por lo tanto, se comprenda esa actitud ambigua. Elemento discursivo éste que va actuando en el universo ficticio de la obra como elemento isotópico, algo que traba el texto favoreciendo su coherencia interna.
Por otra parte, su vida como profesor se va intuyendo. Es un hilo conductor que, sin embargo, no pretende captar en exclusiva el protagonismo de la historia. El profesor es, ante todo, un hombre. Alguien que ha vivido y lleva a cuestas su existencia. A veces, con tintes machadianos, la emoción y el recuerdo brotan provocados por lo que ve -estampas del paisaje a través de los cristales del aula, jóvenes saliendo de sus aulas, calles vacías…- o por lo vive. Y el lector participa de su emoción porque puede adentrarse en su mente, ver la escena con él y sentirla. A través de su dietario, el personaje no comunica simplemente lo que conoce, sino que hace partícipe de lo que descubre, en la medida y a medida que lo descubre.
Por las páginas se adivina la presencia de los alumnos, las reuniones de claustro, sus desencuentros, sus dificultades, sus inquietudes… todo ello como telón de fondo sobre el que se proyectan sus pensamientos. Y por medio de ellos podemos captar su fragilidad y su desencanto, pero también su fuerza como educador. En él vemos al profesor que habla con sus alumnos y al hombre que tras él se esconde: sensible, estoico, consciente de los rasgos proteicos del ser humano… y también cansado.
Esta red de relaciones de dependencia que se establece entre todos los elementos del discurso se fundamenta asimismo en las narraciones insertadas en el texto principal. El profesor ejerce como tal no solo cuando escuchamos las frases dirigidas a los jóvenes, sino cuando oímos, al igual que harán sus alumnos, esas breves historias que les narra y que se van integrando en fragmentos de sucesión lineal a lo largo del dietario. Historias que ilustran por sí mismas, que actúan como acicate del pensamiento o como colofón del mismo. Nuestro profesor no deja la vida fuera, la lleva dentro del aula en sus narraciones. Pero no la mera anécdota de una vida, sino la experiencia de vida, los hilos que mueven a la sociedad, el valor de lo sencillo, las injusticias… Sus palabras no son ajenas a su tarea educativa.
La obra puede considerarse como un punto de inflexión. En el momento actual, infravalorada por la sociedad la figura del profesor, aquí es presentado como un ser humano que ha vivido y al que le ha llegado el desencanto. Pero no hay culpables. No se acusa a nadie ni se pone en entredicho modelo educativo alguno, porque el desencanto del personaje sobrevuela todo hecho puntual. Simplemente se le ve como víctima quizás de una vida en la que todos estamos inmersos y ante la que todos somos seres frágiles. Y el constatar ese hecho, el aprender y enseñar a enfrentarlo sin aspavientos, conscientes de una realidad, resulta algo positivo. Quizás esa sea su mejor sesión académica.
Mª Rosario Ferré
Catedrática de Lengua Castellana y Literatura